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quarta-feira, 17 de dezembro de 2008

La esencia de las horas



de Volmar Camargo Junior

Versión: Xoan Cullereiro (Enrique Gutiérrez Miranda)




Del carozo de una hora
extraje la substancia vítrea,
oleosa;
breve cual la voluntad,
etérea cual la sensatez.

En ningún recipiente
pude contenerla contenta.
Se escapaba siempre un tanto,
a veces mucho;
casi siempre duplicaba su tamaño,
y así, poco a poco
las gotas,
las partículas
rellenaron el espacio
que tan bien conozco.

Era seductora, envolvente;
la bruma que de ella nacía,
—pues bruma era—
era un vapor invisible
que hizo desaparecer las paredes,
el paisaje de la ventana,
los hábitos convenientes
y mis pies.

Así, día a día,
si aún recordaba lo que eran
acabé por no verlos.

Me dejé, entregado,
a la esencia del carozo de las horas.
Inhalé, comí, bebí,
me desnudé;
y así, desnudo,
me cubrí entero con ella.

No era dolor,
era más bien un frío
de las puntas del cabello a la boca del estómago.
Me enredó.
Dentro y fuera de mí vivía aquello;
imposible contenerlo.
E incluso cuando de lo hondo de la garganta
nació el último murmullo
la cosa cristalizó,
se hizo hielo,
roca,
diamante,
vidrio.

Era el vidrio en mí,
el vidrio de las horas
—el vidrio de las raíces del tiempo,
de todo el vítreo árbol que es el tiempo,
de su vítrea
sangre de lo que no se ve—.
Era el vidrio en mí.

Ya no en la horas,
ya no rellenando los vacíos
entre las partículas del polvo
del tejido de las estrellas.
Era el vidrio en mí.
Dejó de ser esencia
primordial, o quintaesencial.
Era en mí.
Era yo.

Y,
como es propio de las cosas
nacidas o sacadas
del árbol que da los frutos del tiempo,
el vidrio que me tenía cristalizado
desapareció.

Volvieron las ropas,
las paredes, las ventanas,
el paisaje,
los zapatos.

De la esencia de las horas
quedo sólo
una gota.
Se escurrió por mi cabeza hasta la punta de la nariz;
intempestiva,
decidida,
libre,
se lanzó al espacio
con un chapoteo que sólo yo percibí
hasta el choque final contra el suelo.

Salí.
Cerré las ventanas, atranqué las puertas.
Seguí como pude
vivo como consigo.

Permanece aún allá, intocado,
el suelo donde cayó la última gota
de la substancia vítrea,
oleosa,
extraída del carozo de una hora.

Tenía la esperanza de que
donde había caído la gota
pudiera brotar otro árbol
con un tiempo diferente,
quién sabe si mezclado
con un poco del polvo,
de ese polvo que yo soy.




 

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